viernes, 9 de agosto de 2013

Respetenme, no quiero ser tolerado



Tolerancia. Este es el nuevo discurso que se maneja en nuestro país para evitar la agresión física y psicológica de una persona hacia otra, criterio que se amplía para “proteger” a las comunidades minoritarias de la tiranía de las mayorías socialmente aceptadas. Inicialmente, promover y vivenciar la existencia de una interacción pacífica y armoniosa entre todos los habitantes del planeta resulta deseable para quienes queremos un mejor mañana. Sin embargo, ¿qué consiste tolerar alguna situación o persona?

Sin ánimo de robarle la frase a una profesora que tuve la dicha de conocer en mi curso de Estudios Generales en la Universidad de Costa Rica, la tolerancia como tal no pareciera ser un “vivamos pacíficamente todos juntos a pesar de que existan conductas o situaciones que no nos parecen” sino más bien un “estoy en desacuerdo con lo que las personas hacen y sin embargo, me abstengo de agredirlas”, es decir “como te tolero, no te mato”. Como pueden ver, la tolerancia a mi parecer es la prolongación en el tiempo de una inadecuada comprensión y entendimiento de una saludable relación interpersonal, es decir, que al tolerar a alguien se simule la ininterrupción de un estado social de tranquilidad, no significa que éste sea realmente tal, lo que finalmente se constituye como una relación pasivo-agresiva entre todos los ciudadanos.

El problema se encuentra en que nuestra concepción de tolerancia no incluye el respeto como tal. Reconocer que a pesar de las diferencias intrínsecas entre todos los humanos, somos iguales en derechos y deberes, constituye el pilar del respeto. Respetando a las personas, se objetivizan las conductas y los estereotipos de seres humanos, liberándolas de la agresividad latente de la tolerancia. 

Racionalizando nuestros pensamientos y acciones podemos entender que no importa si mi vecino es de un grupo étnico distinto del mío, o si la definición sexual de mi vecina no es heterosexual, bajo la calidad de seres humanos que todos ostentamos, por el simple hecho de pertenecer a la especie humana, todos, sin distinción alguna, merecemos una vida libre de violencia y de estereotipos, lo cual se logra respetándonos mutuamente.

Para el efectivo disfrute de estos derechos no es necesaria una homogeneidad ideológica entre todas las personas, sólo se requiere de una voluntad seria y comprometida de convivir sin juzgar a los demás. Este planteamiento genera un problema importante a tener en consideración. ¿Qué sucede entonces con aquellas corrientes de pensamiento que discriminan o generan alguna situación de desigualdad entre todos nosotros? Es muy usual escuchar o leer a las personas cristianas, católicas o no, exigiendo tolerancia hacia sus creencias, de la misma forma en que ellos tienen que tolerar a los no heterosexuales, por mencionar un ejemplo. ¿Qué pasa en este caso? ¿Debemos aceptar y aplicar una doctrina irrespetuosa de nuestra calidad de seres humanos o “no tolerarla”Para mí, la respuesta es evidente. Respetar lo irrespetuoso no es aceptable ni mucho menos sano o recomendable, de la misma forma que tampoco sería correcto cazar a los cristianos como lo hicieron ellos siglos atrás con las “brujas” y herejes. Una solución posible sería el aceptar la práctica de la religión siempre y cuando sus creencias y rituales no sean contrarias a la dignidad propia de los seres humanos. Sin embargo, unanimidad de interpretación sobre un tema tan sensible para muchas personas, resulta utópico en su naturaleza por lo que el respeto en lugar de tolerancia queda al arbitrio de cada uno de nosotros. Dependerá de nuestras convicciones más profundas, de nuestras creencias más sagradas y de la forma en que percibimos a los demás, si adoptamos el respeto como modelo de vida. A lo que a mi respecta, le pido a todos que no me toleren, respetenme. 


Nelson Rodríguez Mata
Estudiante de la Facultad de Derecho
Universidad de Costa Rica

Artículo publicado en el diario digital elPais.cr el 9 de agosto del 2013.

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